STONEHENGE (I)

STONEHENGE (I)

Caminar por Stonhenge es hacerlo por un mundo extinguido, olvidado en la desmemoria de nuestro pasado. Sin embargo, hoy resurge con más fuerza que nunca y sigue sugestionando poderosamente a todo aquel que lo contempla

Por Josep M. Roselló

Condado de Wiltshire, sur de Inglaterra, a menos de 100 kilómetros al Oeste de Londres. Típico paisaje cretáceo inglés: hierba verde sobre roca calcárea blanca. Entre las suaves ondulaciones de la campiña inglesa, la carretera nos acerca paulatinamente al círculo megalítico de Stonhenge. Visto de lejos, se nos antoja compacto, abigarrado y desmantelado. Quizá lo imaginamos más gigantesco, pero cuando estamos frente a él, lo más cerca posible, la percepción cambia; lo que esperábamos grande y majestuoso, se torna en una sensación de extrañeza, como sucede con tantos otros megalitos.

Hace siglos que el significado de este círculo lítico cayó en el olvido. Tardó 1000 años en ser construido y quienes lo hicieron no nos han dejado ningún mensaje que podamos descifrar; por eso, aún no sabemos con certeza por qué existe ni para qué sirvió. Pero acaso quienes construyeron Stonhenge y otros megalitos lo hicieron para desafiar el paso del tiempo y, en buena medida lo consiguieron.

Su nombre procede del inglés antiguo, una lengua germánica que cayó en desuso hace siglos. Las imágenes habituales de Stonhenge nos lo presentan bucólicamente enmarcado al despunte del amanecer o en la languidez del ocaso solar. Y sin embargo, la realidad actual de este círculo pétreo es distinta. Stonhenge es una obra humana y, por lo tanto, es como si formara parte de nosotros. Cada día del año está rodeado de cientos de personas que, sean quienes sean y vengan de donde vengan, también son Stonhenge y se identifican con lo que ven como si hubieran tomado parte en la obra. En realidad, es así, puesto que fueron nuestros antepasados quienes lo erigieron; humanos que tenían inquietudes, sentimientos, alegrías o temores igual que los que tenemos nosotros. Sin duda, los turistas que lo contemplan se preguntan cuáles fueron los motivos que movieron a nuestros antepasados a erigir tan extraño y enigmático monumento.

Por ello, disociar las piedras de las personas o eliminarlas del encuadre fotográfico para el recuerdo del viaje, es negar la auténtica realidad de este monumento a día de hoy. Stonhenge llama con fuerza al millón de visitas que recibe anualmente y que anhelan contemplar esta obra que erigieron nuestros ancestros y, no en vano, es uno de los más conocidos iconos turísticos de la Gran Bretaña. Pero también es mucho más que eso. En realidad, es un llamamiento de nuestra propia memoria, aquella que ya hemos olvidado y que nos demuestra, una vez más, que el ser humano puede conseguir lo que se proponga. Contemplarlo es como viajar a las profundidades de nuestro propio subconsciente en busca de respuestas a nuestro comportamiento como sociedad en el pasado, acaso con la esperanza de que ello nos apunte un sutil atisbo de nuestro forma de ser actual, pero eso ya es pedirle mucho a estas antiguas y ajadas piedras.

Probablemente, ningún otro monumento ha estimulado tanto como éste la imaginación de los ingleses y por ello ningún otro ha sido tan profusamente excavado, estudiado y admirado en este país. En realidad se sabe muy poco sobre él, que casi es tanto, como reconocer que aun sabemos poco de nosotros mismos.

PIEDRAS SAGRADAS
Su razón de ser es incierta y por ello no deja de intrigarnos las causas por las que quedó inconcluso y, por qué quienes emplearon tanto y tan desmedido esfuerzo en éste y otros edificios megalíticos acabaron por abandonarlos a su suerte y quizá así, pasaron página a sus ancestrales creencias y tal vez a sus vidas.

Hoy Stonhenge, debe ser contemplado desde la distancia; está protegido. En 1987, las autoridades inglesas acotaron el recinto y prohibieron las celebraciones y happenings que aquí se perpetraron durante años con cualquier motivo, y que no hacían sino deteriorar el complejo. Así, muchos arrancaban trozos de las piedras o las insultaban con sus graffitis, mientras las celebraciones degeneraban casi siempre, en algo que nada tenía que ver con el respeto hacia el escenario. Además, al igual que se detectó en otros lugares como Carnac, en la Bretaña Francesa, el tránsito descontrolado de viandantes y curiosos provocó el desgaste del suelo, hasta el punto, que se llegó a temer por la estabilidad de las piedras. Hoy nadie puede pasearse entre los bloques de Stonhenge sin un permiso especial. No ha habido más remedio que hacerlo así.

Para sus constructores, las piedras debieron asumir la esencia de sus liturgias, sobre cuya naturaleza sólo podemos conjeturar; acaso relacionadas con el amor, la fecundidad, la trascendencia o la creencia en otra vida tras la muerte. Hay quien apunta que eran tributos a las energías telúricas y cósmicas. Si esto fue así, es posible que cada una de las piedras respondiera a un fenómeno relacionado con la naturaleza y a una utilidad concreta; unas invocarían la fuerza sagrada y flamígera de los rayos; otras la lluvia que alimentaba los campos; tal vez otras homenajeaban al Sol en el momento sagrado del amanecer.

Para nuestra sociedad, bloques de piedra como los de Stonhenge sólo son descomunales pesos muertos, inadaptados a nuestras funcionalidades. Sin embargo, para quienes los tallaron, erigieron y dispusieron, eran algo vivo, necesario y trascendente. La prueba de ello es algo tan elocuente como la presencia de construcciones como ésta. El esfuerzo debió ser desmesurado y, estorbar el reposo de la piedra, arraigada en la tierra, y su traslado hasta el enclave elegido requirió grandes dosis de fe, perseverancia y el esfuerzo de generaciones que constituyen la mejor prueba de esa creencia en la sacralidad de lo pétreo.

En las piedras no ha quedado marca alguna del esfuerzo que supuso su traslado y manipulación, por eso, aún hoy, hay quien se deja seducir por la idea que los antiguos poseían determinados sortilegios que permitían su manejo sin precisar de fuerza bruta, simplemente, por obra y arte de supuestas líneas energéticas que fueron bautizadas como Líneas Ley en Inglaterra (1). Así es como los más atrevidos proponen medios tan etéreos y volátiles como estas líneas de energía para construir lugares como Stonhenge. Otros atribuyen su autoría a las artes mágicas del gran Merlín; pero la realidad fue bien distinta y, sobre todo, mucho más dura.

Este icono inglés, universalmente conocido, no fue una necrópolis, pues sólo se hallaron los restos de un hombre enterrado fuera del círculo exterior, acaso se trató de un desdichado que pagó con la vida su intromisión, y sus restos fueron allí depositados para advertencia de quienes no estaban autorizados a acceder al interior del sancta santorum. Pero también esto, no es más que una suposición.

UNA CANTERA LEJANA
Durante el siglo XIX, la arqueología devino en Inglaterra una ciencia casi patriótica, empeñada en encontrar a los primeros ingleses que habitaron la isla. Stonhenge se investigó a fondo. Desde entonces a hoy, los criterios histórico-científicos han cambiado diametralmente y los avances técnicos permiten llegar a conclusiones mucho más precisas y probablemente, más próximas a lo que en realidad debió suceder en el pasado.

Así es como se ha concretado que, hacia el año 3100 a.C. se inició la construcción de este santuario. Mil años más tarde, el lugar fue abandonado para construir otros complejos cercanos, quedando éste inconcluso. Transcurrido ese milenio, se volvió a él para rematar la obra iniciada. Los trabajos cesaron aproximadamente hacia el año 1500 a.C., justo cuando la cultura megalítica inició su brusco declive. Las razones de esta intermitencia constructiva y la inconclusión de éste monumento, siguen siendo un misterio.

Se ha calculado que en total deberían haberse utilizado, para rematar la obra, 162 bloques de granito. Los que se emplearon para construir los que hoy permanecen fueron traídos desde Gales, en una cantera que distaba nada menos que unos 200 kilómetros del emplazamiento de Stonhenge, concretamente en un paraje de los montes de Prescelly, al otro lado del canal de Bristol. Como curiosidad, una leyenda galesa cuenta que pasar la noche en ese lugar aun hoy es una temeridad…

En esa remota cantera, todavía hoy se puede apreciar uno de los bloques de granito azul a medio tallar que, con destino a Stonhenge, nunca llegó a ser transportado. Quizá los esforzados constructores del círculo debían pagar algún tipo de tributo a los que entonces habitaban el actual condado galés de Carnaby. Quien sabe si ese pago les resultó más pesado que las propias piedras que extraían de la cantera.

Algunos de los bloques que forman Stonhenge, pesan entorno a las 30 toneladas; para mover uno de éstos se necesitaba la fuerza de 200 hombres o de 50 con la ayuda de 4 bueyes. A la vista de estos datos, cabe preguntarse cómo los trajeron desde esa distancia, sorteando valles, vaguadas, ríos y bosques. Una pregunta que resulta tremendamente incómoda.

LA CONSTRUCCIÓN
Al actual Stonhenge le faltan piezas y se da por hecho que nunca llegó a completarse. En su concepción original, estaría formado por dos círculos concéntricos y en el centro de todo ello, un grupo de piedras menores, que debían configurar el sancta sanctorum del lugar.

Lo que hoy podemos ver, son dos semicírculos que se yerguen sobre una planicie circular marcada sobre el suelo. El semicírculo exterior mide 32 metros de diámetro, formado por 17 bloques erguidos de unos cinco metros de alto y de dos, a dos y medio de ancho. Sobre ellos aun se asientan otros seis en posición horizontal a modo de dintel.

El interior contiene ocho bloques y seis de ellos mantienen sobre sus cúspides tres piedras rectangulares en formación trilítica, que ofrecen un aspecto similar al de varias puertas. Por el suelo, se esparcen numerosos fragmentos de lo que fueron otros monolitos que componían el conjunto que, sin duda, debió tener además de varios círculos concéntricos –hoy apenas reconocibles–, otros megalitos satélite, que debieron dar la trascendencia final a la obra, a tenor de los restos y marcas hallados en sus proximidades.

Científicamente, se da por hecho que Stonhenge fue un calendario y observatorio astronómico, teoría más que plausible, pero no debieron ser esas las únicas finalidades. Si las canteras y los bloques que de ellas se extraían eran sagrados, así como el enclave mismo donde se irguieron, algo más tuvo que haber que la mera observación de los astros visibles sobre la campiña de Wiltshire, hace 5.000 años.

EL ENCAJE HISTÓRICO
Hasta hace poco más de 100 años, se creía que los celtas fueron los primitivos habitantes de Inglaterra y a ellos se adjudicó la autoría de megalitos como Stonhenge. El tiempo y la investigación se encargarían de demostrar el equívoco histórico; cuando ese pueblo indoeuropeo arribó a las Islas Británicas, hacía ya mil años que la construcción de megalitos había caído en desuso, las razones son tan misteriosas como las que empujaron al hombre del Neolítico a erigirlos. Pero aún en el siglo XIX había quien adjudicaba al mago Merlín (Mird-hynn) la construcción de Stonhenge.

En el siglo XIX de nuestra Era las órdenes neodruídicas, masónicas y rosa-crucianas florecían en Inglaterra y Europa. Unos y otros se disputaban y autoreconocían –sobre la base del equívoco y la confusión histórica–, como legítimos herederos de las tradiciones druídicas o de los secretos de las construcciones de megalitos, pirámides o catedrales góticas.

Pero lo fascinante de Stonhenge es que ha sobrevivido al paso y las tendencias de las épocas. También ha superado la dura prueba de enfrentarse a las arbitrariedades de la iglesia o a los caprichos de extravagantes logias de toda índole. Acaso también porque los lugareños perdieron interés en él, y pocos bloques sirvieron ni como material de construcción. Quien sabe si desde siempre, sus vecinos o habitantes cercanos se sintieron sobrecogidos por el monumento, o pensaron que era algo mágico que era preferible no tocar, para evitar que cualquier desgracia o maldición promovida por el fantasma de algún druida o alguna bruja hechicera cayera sobre sus cabezas. Pero lo que es un hecho cierto es que este lugar, desde hace siglos, es tierra de pastores y rebaños a quienes poco han importado ni su presencia ni su razón de ser.

La mayor suerte de Stonhenge es que ni siquiera la temible acción de la cristiandad se interesó demasiado por sus piedras, cosa que no sucedió en muchos otros lugares, donde se dedicó a masacrarlas o simplemente a cristianizarlas con sus símbolos (1).

TRASCENDENCIA EN LA PIEDRA
Este lugar es la prueba de que quiénes lo construyeron se amotinaron contra el paso del tiempo y hasta contra el de sus cortas vidas, es como si de esta manera, el círculo de Stonhenge quisiera ser un símbolo de perpetuidad. Si en verdad hicieron esa apuesta, no anduvieron lejos de acertar, pues lo que queda de Stonhenge ha trascendido al hecho de que hoy sean unos meros vestigios de la Antigüedad, para transmutarse en un símbolo. Estas piedras, en mejor o peor estado, han aguantado el tiempo necesario para convertirse en una especie de icono arquetípico y han entrado en una fase del tiempo, el nuestro, en que por primera vez se hace algo para protegerlas, y por lo tanto para perpetuarlas, tal y como pretendieron sus constructores. Por ello, éstos han triunfado en su propósito, consiguiendo legar para la posteridad una huella de su paso por el mundo, de su cultura, sus afanes, sus ilusiones y sus creencias.

Stonhenge se ha salvado por muy poco de perecer, pero lo ha conseguido a fin de cuentas. Su debacle final estuvo más próxima de lo que creemos, hace ahora menos de 30 años, cuando hasta entonces, lo único que habíamos hecho por él era acelerar su deterioro. En ese momento, alguien con buen criterio decidió cercar el recinto y protegerlo de nosotros mismos. No nos queda más remedio que aceptar los hechos y aplicar la lección de lo que hicieron los antiguos hace más de 3.000 años al ocultar sus preciadas construcciones megalíticas (las que pudieron), como si quisieran protegerlas de los tiempos que se avecinaban.

Cuando la Edad de la Piedra empezó a diluirse, dio paso a la de los Metales y con ella, la Edad del Hierro que los celtas difundieron magistralmente, desde su punto de expansión al Norte del Danubio por casi toda Europa. Cuando los celtas se expandieron por estos territorios, en sucesivas oleadas, desde aproximadamente el siglo X a.C., se encontraron con éstos y otros gigantes de piedra. Ignoramos si llegaron a conocer las claves de esa cultura, que en ese momento se hallaba prácticamente extinguida. Quizá algo de ella pudieron asimilar a sus creencias, porque aun en la Edad de los Metales se erigieron algunos megalitos, ya pálidos recuerdos de la grandeza constructiva del pasado. Algo similar a lo sucedido en el Antiguo Egipto y sus famosas pirámides, cuyos secretos constructivos aparecieron tan misteriosamente como desaparecieron después. De la metodolgía seguida para su construcción y su funcionalidad exacta no nos queda ni el recuerdo, solo teorías. Tal vez en la magia de los cuentos y la mitología de los celtas haya sobrevivido algo de la esencia de la Cultura Megalítica que les antecedió.

En estos parajes del sur de Inglaterra salpicados de megalitos, los celtas siguieron desarrollando sus mitos a la sombra de dólmenes o dentro de un círculo como el de Stonhenge; quién sabe si en muchos de esos mitos subyacen elementos que tal vez se apropiaron de la Era en que las piedras eran sagradas.

Puede que algún día lleguemos ha descubrirlo; si esto llega a producirse, habremos recuperado la comprensión plena del significado de lugares como Stonehenge y sabremos algo más de nosotros mismo y de lo que fuimos.

 

 

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