Por Jaume Cluet
La tradición cristiana señala al apóstol como el evangelizador de la península, pero las primitivas fuentes históricas dejan bien a las claras que fueron las primeras comunidades de la iglesia norte-africana, ubicada dentro del imperio romano, quienes a través de sus emisarios o predicadores realizaron tal labor. El mito del apóstol, su arribada a las costas gallegas y las mil y una proezas relatadas en otras tantas leyendas forman parte de una mítica impulsada por el cristianismo. Otras son las razones de ser por las que existen enclaves como Jaca, Santiago de Compostela y otros aledaños de la ruta jacobea. Los orígenes de todos ellos se pierden en el pasado, en el momento de la irrupción del cristianismo en la antigua Hispania.
¿Qué significado se esconde tras el arquetipo del apóstol Santiago? Lo primero que cabría responder a esa pregunta es que si algo se esconde, es porqué resulta conveniente que permanezca oculto y, en todo caso, aquella parte o fragmento que queda visible –en este caso la leyenda de Santiago–, se nos muestra debidamente adaptada, cumpliendo el principio del sincrético o de asimilación, estrategias éstas, harto empleadas por todas las religiones a lo largo de la historia para adaptarlas a nuevos planteamientos religiosos y teológicos.
ORÍGENES PAGANOS
La aparición del cristianismo es uno de los fenómenos religioso más recientes. En sus primeros siglos de existencia no desdeñó esas prácticas y no sólo transformó lugares paganos en cristianos, sino que también adaptó panteones enteros a los que transfiguró en santos. El apóstol Santiago fue el resultado de una de esas adaptaciones. ¿Pero, qué anterior deidad o mito se esconde tras él? La respuesta está más a la vista de lo que pueda parecer, bastará con descomponer debidamente las sílabas de esta forma: Sant-iago. Quédemos con la última parte: “iago”.
Es decir que, a éste “iago” se le reconoció como santo, cosa que ha hecho infinidad de veces la iglesia para adaptar antiguos dioses y determinados personajes de otras religiones. Tras el tal “iago” se ocultaba la figura de Iaco o Iacchos, al que los griegos llamaron Dionisos y los romanos Baco. Sobre esta deidad, el cristianismo se preocupó convenientemente de desvirtuar las razones por lo que fue venerado. Este dios grecorromano estaba relacionado con las fiestas de la regeneración de la vida y por ende de la alegría, la esperanza y las celebraciones. En éstas no podía faltar el vino, esencia sagrada en los rituales de la antigüedad con cuya ingesta, los hombres alteraban su estado habitual de conciencia. Por ello resultó fácil desfigurar su esencia original, asociándola a la embriaguez y al desenfreno. De esta forma, Dionisos-Baco se veía desposeído de su función primigenia –la regeneración de la vida contemplada como un ciclo de inmortalidad–, para adjudicarle el dudoso honor de verse constantemente involucrado en bacanales y borracheras. Pero Dionisos fue uno de los dioses primordiales de la antigüedad, gozó de un gran predicamento e incluso dispuso de un oráculo de gran prestigio, no muy lejano al mítico de Delfos.
Pero el nuevo estereotipo de Santiago iba a responder y responde hasta nuestros días, a un personaje típico del santoral cristiano, revestido de un halo de castidad, pureza, milagrería y hasta militarismo, totalmente ajenos a su naturaleza original.
Siendo Dionisos-Baco el mítico dios de la vida eterna, no cabe duda que su papel en la sociedad de su tiempo, debió ser mucho más importante y preeminente de lo que se nos ha mostrado hasta ahora, donde aparece relegado a un papel casi meramente lúdico y en ocasiones vicioso.
CULTO DIONISÍACO
La influencia de la antigua religión se halla recogida en el ámbito judeo-cristiano, ya que también se reconoce su presencia en territorio fenicio (actual Palestina). También hallamos una referencia en la figura mítica del patriarca judío Jacobo, progenitor de las doce tribus de Israel. En épocas remotas la figura del dios hebreo Iahvé, era asociada con Adonai-Dionisos. Este mismo influjo resurge en la figura de Jesús en el Nuevo Testamento, cuando se autocompara con la vid al expresar: “Bebed, esta es mi sangre”.
En la parábola cristiana, el Padre es el labrador, siendo Cristo la vid y sus discípulos los sarmientos. Esa equiparación entre Cristo, la vid y el producto que de ésta emana –el vino–, equivale a la misma que existía en los antiguos Misterios de Adonis, donde el vino se asociaba a Baco (Adonai), como símbolo de lo masculino y el pan a Ceres (Venus) como lo femenino, evocando la penetración del espíritu vivificador (vino), en la materia inerte (pan), en definitiva, con similitudes a la actual celebración de la eucaristía cristiana. Así era enseñado a los que eran iniciados en este culto.
SIRIO, LA ESTRELLA BOBLE
En esta historia no pueden faltar aquellos signos o señales que el cielo ha evidenciado a los ojos de los humanos a lo largo de los tiempos. Para el caso que nos ocupa, nos referiremos a la constelación de Orión y su estrella Sirio, a la que los griegos llamaron Iako, en honor a ese dios. La aparición de esta constelación en el firmamento abarca unos cincuenta días, desde la segunda mitad de julio hasta mediados de septiembre; mes que coincide con la vendimia en el ámbito mediterráneo. Su advenimiento marcaba antaño, la inundación del río Nilo en Egipto, es decir, la regeneración de la vida agrícola y el posterior fruto en los campos de cultivo.
Las principales características de Sirio, es que se trata de una estrella doble y que es la más cercana a la Tierra, de forma que es la más brillante y perceptible en los dos hemisferios estelares. Asimismo, su aparición coincide con la festividad del santo patrón, el 25 de Julio. Así es como el Año Santo Compostelano, rememora el esplendor ígneo solar, al sincronizar la festividad con la jornada dominical.
En la figura de Baco-Dionisos, se concentraba la esperanza de los seres humanos en una mejor vida futura. Este arquetipo es recogido en el templo de Delfos en Grecia donde Dionisos moraba junto a Apolo, el dios supremo de la luz solar y en el oráculo-santuario de Perperikon en Tracia, de donde fue originario. En ellos, se practicaron y probablemente fundaron los ritos dionisíacos, posteriormente reformados por el orfismo; el iniciado pretendía liberar su alma de la cárcel de la carne, a través del símbolo de la estrella portadora de luz (Sirio). De esta forma, se reconoció a Baco-Dionisos como el dios-rey, prototipo de la inmortalidad a través de su propia pasión, muerte y posterior resurrección.
Este culto llegó a abarcar todo el ámbito grecorromano; más tarde, con el advenimiento del cristianismo, sus conceptos básicos, significado y simbolismo quedarán absorbidos y transfigurados por la figura de Jesucristo y sus discípulos.
BACO–IACO–IWAKO (…y todos descendieron a los infiernos…)
Entre las más notorias religiones del mundo se hallan reflejados diversos y comunes episodios que relatan el descenso a los inframundos de sus míticos protagonistas: Heracles, Asclepio, Orfeo, Osiris, Jesucristo o el propio Baco. Tras ese descenso, sobreviene sistemáticamente en todos ellos, la resurrección, que también acaece invariablemente, al tercer día de la muerte física que acompaña a tan iniciática experiencia.
Así lo describe Aristófanes cuando Heracles, en compañía de Baco o Iaco (el nacido dos veces o re-nacido), son recibidos con antorchas encendidas rememorando el despertar o renacimiento de una nueva y luminosa vida, tras superar el mundo de la muerte y las tinieblas.
A Iaco-Baco-Dionisos, se le considera como el portador de la antorcha que iluminaba ese paso desde la no-vida hasta el renacer, al estar vinculado con la luz y el fuego. En la Antígona de Sófocles, un coro le invoca describiéndolo como “el jefe de la ronda de estrellas que esparcen el fuego”, al tratar de salvar a Tebas. En un vaso griego del siglo VI a.C., se le designa como “el Dios Phos” o “Luz de Zeus (Júpiter)”.
En Cnosos (cultura minoica), surge por primera vez el nombre de Iacos con el epígrafe de I-wa-ko, asociado a la palabra Iakar en referencia a la estrella Sirio. Ésta estrella es descrita por Homero como “el can de Orión”. Sirio es pues, el Alpha Canis de la constelación del Gran Cazador u Orión. Píndaro la describió como la “luz del estío” que promete los frutos terrestres de las viñas verdes que convergen con la alegría dionisíaca. Esa vid, de naturaleza ígnea, madura gracias a la intervención del Sol, de forma que Arquíloco define a Dionisos-Baco-Iako como el dios Io del monte Nis: “el tocado por el rayo del vino”.
JACA, PORTAL INICIÁTICO
En la actualidad, corresponde a Roncesvalles en Navarra, el honor de ser el portal de inicio del Camino de Santiago en España, en detrimento del antiguo y más ancestral que fue Jaca, capital de la antigua Jacetania (hoy Serrablo). Este Tramo Aragonés que confluía en Puente la Reina es también conocido como el Camino de la Vida, en contraposición al Tramo Navarro, que recibió el sobrenombre de Camino de la Muerte.
Fue aquí, en Jaca, la antigua Iak o Iacca (ver la notoria similitud con el iago-iacco de Santiago), donde asentaría su primigenia capital histórica el Reino de Aragón, cabecera del que siglos antes fuera el territorio íbero de los iaketani o iaccetani, denominación asignada por los romanos a este pueblo, y reflejada como vestigio en las monedas íberas acuñadas hacia el siglo II a.C.
EL MAESTRO DE JACA Y LOS MANDALAS DEL PIRINEO
Uno de los rasgos arquitectónicos que ornan la catedral románica de Jaca, la más antigua en territorio peninsular (siglo X), es su famoso Crismón, de idénticas connotaciones y aspecto a los no menos conocidos mandalas orientales.
Este crismón, sito sobre la entrada del edificio, es muy identificativo de la catedral jaquesa, aunque no es el único que podemos hallar en la ruta jacobea, pues también los hay en el monasterio de San Juan de la Peña (muy ligado a la leyenda del Grial), Santa Cruz de Serós, Leire o Puente la Reina entre otros, sólo por citar los situados en al ámbito territorial jacetano. Pero los crismones o monogramas de apariencia mándalica, se hallan en infinidad de edificios religiosos románicos y góticos. Éste símbolo, adoptado por el cristianismo, es de inspiración y origen mucho más pretérito puesto que emana directamente de las representaciones laberínticas del primigenio dios Ares-Dionisos.
Relacionado con el arquetípico mito del Laberinto, se hallaba asimismo asociado con divinidades siderales y telúricas, tan comunes en antiguas civilizaciones. Recorrer este Laberinto es realizar una especie de peregrinaje interior, cuyo mensaje críptico fue ampliamente reflejado por los maestros constructores, en especial por el famoso Maestro de Jaca o Maestro Jakin (ioakin), cuya identidad continúa siendo un misterio. Éste Jakin, debió ser el prototipo del sabio y maestro constructor, una especie de título otorgado a los que se iniciaban en ese arte, como lo fue asimismo el Maese Mateo de la Catedral de Santiago de Compostela.
La raíz jak, nos permite identificar al santo patrón Santiago. El mismo Códice Calixtino, menciona la adoración al apóstol en tierras vasco-navarras con el apelativo de “Ioana domne Jakue”. Ésta misma raíz, es la que ha pervivido en el santoral europeo: Iacme en occitano, Jaume en catalán, Jaime en español y portugués, James en inglés, Jacques en francés o Jakob en alemán.
SANTIAGO, CAMPO DE LAS ESTRELLAS
Las crónicas del año 813, cuentan como el anacoreta Pelagio, llegó a observar durante varios días, unas luces o resplandor de estrellas sobre el antiguo castro celta de Amaia que con el tiempo se convertiría en la actual Compostela. Narran también esas crónicas que el obispo Teodomiro mandó excavar el lugar y en él, fueron halladas diversas tumbas que fueron reconocidas como pertenecientes al apóstol Santiago y sus discípulos.
Cuando el rey Alfonso II El Casto, tuvo noticias del hallazgo, hizo partícipe del acontecimiento al Papa León III y al emperador Carlomagno. Sobre este emplazamiento se erigieron tres pequeñas iglesias dedicadas a Santiago, San Juan Bautista y San Paio de Entrealtares, ésta última regida por una comunidad de benedictinos que se encargaron de la custodia de las santas reliquias. Es en esa época cuando surge la famosa Leyenda Dorada en la que se describe la llegada del apóstol a tierras hispánicas y su posterior retorno a Palestina, donde es decapitado por Herodes Agripa y el postrer viaje de sus restos, embarcados en una barca pétrea sin tripulación que, tras atravesar todo el Mediterráneo y remontar la costa atlántica de la península, arriban milagrosamente a las costas gallegas de Padrón (Iria Flavia), para recibir sepultura en Compostela.
Se trata de una leyenda coherente con otras, asociadas a hechos milagrosos protagonizados por santos y santas que responden a la necesidad de investir de poderes sobrenaturales a estos nuevos personajes propuestos en los primeros siglos del cristianismo.
En cambio, si encontramos referencias del culto a Santiago, más antiguos, en textos bizantinos y orientales que se remontarían al siglo IV, en los cuales curiosamente no se reflejan ninguna de las leyendas antes descritas.
Textos como el Beato de Liébana contribuyeron a la expansión de la leyenda de la barca de piedra, más allá del ámbito peninsular y sirvió para cohesionar los reinos hispánicos del norte frente a la invasión musulmana. Constituido y divulgado el mito, éste ha persistido hasta nuestros días en forma de esa leyenda, pero está ampliamente aceptado, incluso por la propia iglesia, que resulta del todo improbable que los restos que se hallan en Compostela pertenezcan al apóstol. El contenido del Arca Marmórea responde con casi total seguridad a los restos de los primeros emisarios o predicadores cristianos, que debieron llegar hasta Galicia desde el sur de la antigua Hispania en los siglos IV y V, a través de la no menos ancestral Vía de la Plata que unía la Bética con la actual Galicia.
Las investigaciones realizadas por historiadores como A. Ubieto con su Introducción a la Historia de España o J. Parellada con su magnífica obra Reinos perdidos y claves secretas; o las menciones de Rafael de Alarcón en su libro A la sombra de los templarios, relacionan la figura de Santiago con antiguas figuras mitológicas y cultos ligados a la veneración de Júpiter, Iaco-Baco o Dionisos.
LA RUTA JACOBEA Y EL MENSAJE ESPIRITUAL
A través del presente análisis hemos podido comprobar como un extenso sincretismo histórico, legendario y astronómico, es el que ha permitido configurar la figura del apóstol Santiago, llegando a producir una síntesis global que llega a abarcar tanto las pretendidas reliquias de los primeros predicadores cristianos en territorio hispano, como la eclosión gremial de los desconocidos maestros constructores (jaques-jakin-jack) del románico y el gótico, que esparcieron sus obras de connotaciones herméticas a lo largo de la ruta jacobea. Sin olvidarnos de la aportación de las influencias de íberos y celtas, quienes a su vez también debieron asimilar tradiciones más ancestrales tan presentes en petroglifos, algunas de inescrutable significado, muy frecuentes en las costas gallegas, tan ricas en tradiciones noélicas (referentes al mito del diluvio Universal).
Al mismo tiempo, en los cultos dionisíacos hallamos alegorías tales como el de la estrella Alpha Canis Sirio en la constelación de Orión, representación celeste del Iaco o Dionisos de la época grecorromana, anterior a la penetración del cristianismo en suelo peninsular.
La dualidad en los pares opuestos (Sirio – Ceres o Venus), los mensajes de muerte física y renacer espiritual o las pruebas iniciáticas fueron además, la antesala que después daría paso a la leyenda del Santo Grial –estrechamente ligada a las comarcas del Alto Aragón–, versión crística de todos esos mitos que se transformaron en un nuevo arquetipo del cristianismo. Éstas son sólo algunas de las pistas e indicios que están incrustados y, porque no decirlo, escondidos en esta antiquísima ruta jacobea que discurre entre la antigua Jaca, hasta el Finis Terrae gallego.
Todo ello está crípticamente inscrito en esa común raíz léxica de iago-iako, que nos evoca, más allá de un topónimo o nombre, un camino, el de Santiago, una ruta de superación y renovación en la que subyace un mensaje de esperanza para el alma del peregrino que llega a Compostela, transmutada, según el argot cristiano, en una suerte Jerusalén celeste en la Tierra. Es así como en el año 1985 la UNESCO declaró a la ciudad de Santiago de Compostela, patrimonio de la Humanidad y enalteció la Ruta Jacobea como primer Itinerario Cultural Europeo.
BIBLIOGRAFIA
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TU SOLUS PEREGRINUS Juan Antonio Torres Prieto, Ediciones Aldecoa S.L. Abadía de Santo Domingo de Silos, 1996
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A LA SOMBRA DE LOS TEMPLARIOS Rafael Alarcón Herrera, Ediciones Martínez Roca S.A. Barcelona, 1994
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DIONISO: MITO Y CULTO Walter F. Otto Ediciones Siruela, S. A. Madrid, 1997
LOS MITOS GRIEGOS Robert Graves, Editorial Ariel, S. A. Barcelona, 1991