ORÍGENES Y EVOLUCIÓN DE LA LEYENDA
Si a principios del siglo XII la leyenda del Grial era prácticamente desconocida en Europa, a finales del siglo XIII ya estaba implantada en diversas capas sociales (nobles, eclesiásticos, trovadores…). Su aparición y eclosión se desarrolla a lo largo de unos 150 años con una consistencia sólida a pesar de la diversidad de mitos que engloba. Evidentemente, en Europa se consolida preferentemente como símbolo complementario de la doctrina cristiana dominante que se funde con este ambiente exótico caballeresco que promueve la imaginación legendaria occidental.
Sin embargo, tal como hemos resaltado, esta maravillosa leyenda la podemos rastrear en otros ámbitos de distintas mitologías de todo el mundo y, muy particularmente, en el mundo islámico oriental más cercano en aquel tiempo, es decir, en las vecinas tierras allende los Pirineos. En los territorios del resplandeciente Al-Andalus musulmán que abarcaba distintos territorios de la antigua Hispania encontramos la sabiduría oriental focalizada o centrada en la ciudad de Toledo como centro difusor del saber y auténtico crisol de la cultura medieval (sin olvidarnos de Palermo, en la isla de Sicilia), que conlleva la existencia de escuelas o cofradías arcanas como la que nos describe Wolfram von Eschenbach bajo el misterioso y revelador epígrafe de Flegetanis donde Kyot el provenzal, aprende y traslada dicho conocimiento hacia las tierras del centro de Europa.
Parece ser que Kyot el provenzal, instructor del propio Wolfram tal como él mismo lo relata, encontró antiguas trazas del mito del Grial procedentes de tierras hispánicas orientales significativamente diferentes de las ya conocidas fuentes bretonas y atlánticas, con connotaciones astronómicas y zodiacales veladas bajo el enigmático nombre de Flegetanis. Así, en esta época la cultura sapiencial judía y musulmana irradiaban el extraordinario florecimiento del mundo espiritual de la Cábala y de las enseñanzas de la filosofía sufí del lejano Oriente procedentes de notables maestros como Rabia de Basora, Rumi o Yahya Sohrawardi, así como de los maestros propiamente andalusíes como Ibn Masarra e Ibn Arabi.
Por el contrario, en pleno comienzo del siglo XIII Europa estaba inmersa en una agitada persecución y aniquilación de la disidencia heterodoxa del cristianismo cátaro auspiciada preferentemente por los dominicos. Al mismo tiempo que los trovadores y sus exóticas cortes de amor serían objeto también con el paso del tiempo de escarnio por parte eclesial, erradicando así la libertad religiosa e intelectual que se intentaba implantar en aquella Europa medieval. Todo ello sucedía coetáneamente con el desarrollo y consolidación de la todopoderosa Orden del Temple en Tierra Santa y de sus múltiples sedes en Occidente. Éste es el movido telón de fondo con que se encuentra Wolfram von Eschenbach que va a reflejar en su notable obra Parzival, una rica y extraordinaria influencia de la poesía amorosa islámica y occitana, la filosofía sufí, las tradiciones cabalísticas hebreas, el esoterismo cristiano, la simbología alquímica… En definitiva, la obra de Wolfram mezcla dos entornos complementarios, por un lado, el exótico mundo bretón y artúrico plenamente cristianizado y, por otra parte, las ideas espirituales procedentes del ámbito oriental. Galván y Parzival, sus dos grandes personajes, son mellizos: el primero representa el héroe terrenal de la Tabla Redonda y el segundo el caballero místico y perfecto de la Hermandad del Santo Grial (la dualidad en la caballería mundanal – caballería espiritual).
¿De dónde proceden pues, estas influencias orientales del Santo Grial que encontramos en la literatura medieval caballeresca? Entre ellas hallamos la misteriosa leyenda del lejano reino del Preste Juan considerado tanto rey como patriarca protector de la religión cristiana desde los antiguos tiempos del apostolado de Santo Tomás en tierras orientales. Así, el obispo Hugo de Zabala en el año 1145 presenta ante el Papa de Roma una presunta crónica de la victoriosa campaña del presbítero Juan contra los musulmanes en tierras lejanas de la India que causa una sorprendente conmoción en Occidente, ya que hasta entonces las noticias recibidas solían ser de derrotas sufridas frente al imperio del islam.
La existencia de este sorprendente reino cristiano oriental, que nunca jamás hasta entonces se había sospechado, supuso una grata sorpresa puesto que permitía infundir esperanza y coraje a los reinos cristianos occidentales en su lucha contra los infieles mahometanos. Evidentemente, todas estas descripciones fantásticas de un supuesto reino cristiano oriental fueron producto más bien propio de una invención literaria, aunque en realidad, el Preste Juan también pudo haber sido algún antiguo monarca de la Etiopía cristiana copta.
Curiosamente, un descubrimiento inesperado de la arqueología moderna en el año 1937, a través de una expedición del Instituto Americano de Arte y Arqueología en Persia, permitió descubrir los restos de un sorprendente palacio llamado Takt-i-Taqdis o Trono de los Arcos de la época del rey sasánida Cosroes II, correspondiente al siglo VII de nuestra era actual cuyo emplazamiento se conoce actualmente bajo el nombre de Takht-e-Soleyman (El Trono de Salomón) o de la actual Shiz en lengua árabe, a 45 Km de la ciudad de Takab (provincia del Azerbaiyán iraní), situada a una altitud de 2.200 metros sobre el nivel del mar. Este antiguo emplazamiento corresponde también a un antiguo templo, circundado por un pequeño lago de aguas termales de primitivo culto zoroastriano donde se veneraba el fuego sagrado, cuyo lugar actualmente, se halla bajo protección patrimonial de la UNESCO. En su obra El Joven Titurel (Der Jüngeren Titurel) Albretch von Scharfenberg relata la visión del Templo del Grial que estaba construido en lo alto de una colina rodeada de agua como centro del mundo y equivalente al soñado Paraíso. Lo más probable es que Albrecht tomara como modelo para su Templo del Grial este emplazamiento de Takht-e-Soleyman que fue arrasado por el emperador bizantino Heraclio en lucha contra el sasánida Cosroes II, quien con anterioridad había atacado Jerusalén y se había llevado la preciada reliquia de la Santa Cruz, episodio que aparece recogido en diferentes crónicas medievales.
Asimismo a orillas del lago Hamun, en la región iraní de Sistán, también existió otro templo de tradición zoroastriana y maniquea llamado Kuh-i-Chwadcha que se considera la montaña de los Reyes o de Dios, uno de los santuarios parsis más venerables y de mayor antigüedad que Jerusalén, Roma o la Meca. Dicho lugar se suele relacionar con el polémico arquetipo de Muntsalvach o Munsalvaesche, símil espiritual del Reino del Preste Juan o la montaña polar iniciática. En definitiva, vendría a ser como una especie de enclave legendario del Santo Grial que abarca la alegoría mística de la montaña iniciática o el límite entre lo visible y lo invisible tal como nos relata el Parzival de Wolfram von Eschenbach. La influencia de estas lejanas leyendas parsis o maniqueas pueden también rastrearse en el corpus de la narrativa griálica como así sucede en la historia de la perla relacionada con un joven pobre y harapiento que emprende una búsqueda, resultando ser muy similar a la figura del joven Percival quien es pobre y no posee nada.
En cuanto al arquetipo de la cumbre espiritual, una de las más representativas en Oriente es la montaña mística de Meru de los antiguos relatos budistas. Dicho sacro monte se nos presenta como una cumbre inaccesible rodeada por un océano con la figura enigmática del Pescador de Luz como guardián de la montaña que algunos equiparan al dios Vishnú y que posee similitudes con la figura del rico pescador y el castillo del Santo Grial.
Otro hecho curioso nos viene dado por el monasterio de Todajdshi, en Nara, Japón, donde se conserva un espejo de bronce en el que aparece la montaña de Meru rodeada por el mar. De tal manera, no debemos olvidar que el mismo Jesús nos presenta a sus apóstoles como pescadores de hombres (Marcos 1,17). Otro aspecto interesante son las distintas prácticas de meditación del budismo donde las copas de tipo griálico son de uso común (así se representa a la diosa tibetana Narokhachöma). También el Buda Vairocana de la perfección es similar a la figura de Cristo que se nos presenta como puente de unión de los planos inferior y superior, de la tierra y el cielo, de lo temporal y lo infinito. Al igual que la virgen celestial taoísta Kuan Ying se eleva desde el centro del loto, flor que simboliza el grado supremo de perfección como cuando Galahad, personaje emblemático griálico, logra presentarse ante el Santo Grial, punto culminante de la divinidad o de lo infinito.
Asimismo en el ámbito clásico greco-romano, mucho más propio de nuestra tradicional cultura occidental, tenemos la figura de la crátera que representa la matriz divina donde el demiurgo platónico mezcla los componentes primigenios de la creación cuya meta es alcanzar la irradiación de la luz espiritual que permita alumbrar a los auténticos buscadores de la sabiduría. Esta misma luz espiritual es la que porta Baco, el dios de la vida y de la resurrección que es ensalzado por Orfeo (Orfeo Bakkikos) y que al igual que Cristo penetró en los infiernos resurgiendo como figura crucificada representada bajo los auspicios de una aureola de estrellas que lo envuelven, que bien pueden ser las enigmáticas Pléyades. Sin olvidarnos de Ceres, la diosa de la fertilidad que es portadora de una antorcha y que con su luz alumbra o fecunda las tinieblas mediante esta luz procedente del sol, la luna y las estrellas. Vemos así como los orígenes y la evolución de la leyenda griálica son múltiples al mismo tiempo que surgen de ámbitos muy diversos y lejanos entre sí.