EL MITO DEL GRIAL PIRENAICO Y SAN JUAN DE LA PEÑA (ARAGÓN)
Respecto al tan controvertido y discutido grial cátaro de Montsegur, situado en las tierras pirenaicas del Ariège occitano y francés, quizás sería conveniente fijarnos en este otro enclave sacro, situado en el corazón del pirineo oscense ibérico (Alto Aragón), que asimismo cuenta con otra leyenda propia de temática griálica, pero mucho más antigua y de claro arraigo en la memoria colectiva del pueblo aragonés. Nos estamos refiriendo al enclave sagrado de San Juan de la Peña. En líneas generales, la leyenda explica que el Santo Cáliz, procedente de Oriente, fue enviado a Roma en los inicios del cristianismo y con posterioridad, en plena época de la persecución de los cristianos, fue expedido a la ciudad de Huesca por el diácono San Lorenzo, patrono oriundo de la capital oscense (bajo el epígrafe de San Lorenzo hay que entender la cristianización del dios celta Lug, el cual en el ámbito celta-bretón es el protector ancestral del primitivo Grial). Allí, en la misma ciudad de Huesca, es decir, en uno de los enclaves sagrados de los antiguos oscos ilergetes íberos, quedó guardado el vaso sagrado en el ancestral monasterio de San Pedro el Viejo, hoy reconvertido en iglesia local (una cuestión pendiente sería averiguar qué posibles conexiones hay entre los antiguos vascos, los oscos ibéricos y la posterior influencia celta en los territorios del norte hispánico).
Haciendo un breve alto en el relato queremos destacar que la ciudad de Huesca se halla situada en las mismas puertas de entrada de la sierra pre-pirenaica de Guara, enclave de gran valor orográfico que cuenta con destacadas construcciones megalíticas, prehistóricas e importantes huellas eremíticas de la época visigótica y mozárabe. El naturalista y antropólogo vasco-francés Claude Dedanletche, en su obra Guía de los Pirineos, califica a la Sierra de Guara como uno de los espacios naturales más singulares de todo el Pirineo al ser considerado como el gran prototipo medioambiental del microcosmos pirenaico, debido a la gran diversidad bioclimática que presenta, pasando de los bosques mediterráneos en su cara sur a los enclaves de bosques atlánticos en la cara norte, sin olvidar sus pastizales de alta montaña.
Lógicamente a este recóndito Parque Natural de la Sierra y Cañones de Guara, no le falta su correspondiente protector cristianizado; San Urbez que cuenta con un notable Santuario en Nocito, situado en las mismas entrañas de la sierra. Asimismo, San Urbez se halla relacionado propiamente con las faenas de carácter agrícola y pastoril y su culto, siendo muy posiblemente, posterior a la leyenda griálica. Extiende su influencia a través del territorio del Serrablo y la antigua Jacetania (la ciudad de Jaca y su comarca central pirenaica) dentro del cual se incluye el Monte Pano, cuna del reino de Aragón y espacio sacro en la leyenda del Santo Grial.
Al producirse, a principios del siglo VIII, la invasión musulmana en territorio hispánico se inicia el éxodo del Santo Cáliz, que parte de la ciudad de Huesca hacia las tierras del norte pirenaico en busca de mejor refugio. De esta manera la santa reliquia va a pasar por Yesa de Basa, situada en tierras del Serrablo, donde se hallan los conglomerados de Santa Orosia (mártir y patrona de la ciudad de Jaca que formaba parte de la comitiva griálica), así como por los antiguos monasterios de San Pedro de Siresa y San Adrián de Sasau o Sásabe, y otro primitivo monasterio paleocristiano, cuyos restos han sido recientemente hallados en la misma ciudad de Jaca hasta encontrar su definitivo asentamiento en el magnífico paraje del Monte Pano (en las cercanías de la imponente mole del Monte Oroel), en el recóndito monasterio de San Juan de la Peña.
En el Monte Pano, en el viejo monasterio de San Juan de la Peña, permanecería custodiado el Santo Cáliz durante muchos años, hasta finales del siglo XIV cuando en el transcurso del mes de septiembre de 1393, fue trasladado al oratorio del Palacio Real de la Aljaferia en Zaragoza por petición del Rey de la corona aragonesa Martin I el Humano. Finalmente, tras un breve paso por Barcelona, según un inventario del año 1410 del Archivo de la Corona de Aragón, la reliquia hizo su traslado a la catedral de Valencia, en Marzo de 1437 a instancias de Alfonso V el Magnánimo en plena época de dominio de los Borgia valencianos en la Santa Sede de Roma. Desde ese momento, hasta el presente, la titularidad de la reliquia ha recaído siempre sobre la catedral valenciana, a pesar de los posteriores y difíciles avatares de la historia (guerra de la independencia contra Napoleón y guerra civil española).
Evidentemente, el Grial de Valencia no deja de ser, precisamente, eso mismo: un apreciado Cáliz formado por una copa hecha de una piedra semipreciosa, conocida como calcedonia, de 7 cm de altura y 9,5 de diámetro y que se halla expuesta sobre un pie con asas añadido con posterioridad. En fechas muy recientes, el arqueólogo Antonio Beltrán ha fechado el mencionado cáliz en torno al siglo I de nuestra era actual y sitúa el taller donde fue labrado en tierras orientales de Egipto, Siria o de la propia Palestina. Asimismo los dos últimos actuales Papas (Juan Pablo II y Benedicto XVI), en sus últimos viajes efectuados por tierras valencianas, usaron dicho cáliz en sus multitudinarias misas, pudiéndose considerar de esta manera un claro apoyo por parte de la jerarquía romana a favor de la autenticidad de tan preciada reliquia, aunque realmente jamás se ha formulado un comentario oficial sobre el tema.
De esta manera, todo lo expuesto nos permite refrendar el inusitado interés que despierta el mito del Santo Grial y sus múltiples supuestas ubicaciones en Europa (Glastonbury en Inglaterra, Ardagh en Irlanda, Gundestrup en Dinamarca, Génova en Italia…), así como sus variantes legendarias entre las que destaca el hipotético Grial cátaro. Pero lo que si es más verosímil, es que el gran contenido simbólico y espiritual de este relato legendario permanece auténticamente vivo y en plenitud de esencia en el ámbito geográfico de las comarcas del Serrablo y la Jacetania (punto de entrada en suelo hispánico, junto con el Roncesvalles navarro de esta gran ruta iniciática, íbera, celta y cristiana que es el Camino de Santiago).
En la religiosidad popular del Alto Aragón, lo cristiano y lo pagano han estado siempre estrechamente ligados. Por tanto, la jerarquía eclesiástica ha sido consciente de la potencia del culto a la Naturaleza, de forma que ha utilizado y canalizado estas creencias ancestrales a través de los santos locales aragoneses. Así mencionaremos que los impresionantes y destacables accidentes orográficos, entre ellos el viejo monasterio de San Juan de la Peña (con su recoleto enclave incrustado en una gran mole de conglomerado), junto al rígido e impávido macizo del Oroel (donde se ubica una Virgen de la Cueva local), al mismo tiempo que el enclave histórico de Jaca (la vieja Iacca, puerta de la ruta jacobea de Sant-Iago o Iacco/Baco, dios arquetipo de la inmortalidad a través de su propia pasión, muerte y resurrección, según relata el antropólogo escocés James George Frazer, en su obra La Rama Dorada). Sin olvidarnos del congosto de Santa Elena, junto al río Gállego, así como el piedemonte del puerto serrablés de Santa Orosia (patrona de la ciudad de Jaca) y el recóndito emplazamiento del Santuario de San Urbez (en el incomparable marco de la Sierra de Guara), configuran el ámbito vivo de este legendario relato.