CARACTERÍSTICAS
Veamos pues ahora quién representa ser la figura exótica del trovador y las características propias del trovar. El trovador es aquel que compone poesías que son destinadas a ser difundidas mediante el canto y que, por tanto, llegan al destinatario a través de su escucha y no por la lectura. Es éste un punto esencial y primordial que siempre debemos tener presente. Para los trovadores componer era cantar, aunque muchas veces no vayan a ser ellos en persona los que canten sus poesías. En cuanto al origen de las palabras provenzales trovary trovador se admiten que derivan del latín medieval tropare, formadas a su vez sobre tropus, nombre de ciertas composiciones versificadas con melodía que se desarrollaban en el transcurso de los cantos litúrgicos y que precisamente fueron cultivados con intensidad en el siglo XI en la abadía de San Marcial de Limoges, o sea, en las tierras mismas donde se produjo la poesía trovadoresca. Aún no existe, pero, un método seguro y práctico para descifrar con completa certeza la composición musical de los trovadores.
Según el prestigioso musicólogo español Julián Ribera dicha música fue notablemente influenciada por las composiciones de los músicos árabes o andaluces, cuya pujanza se hizo sentir en todas las naciones medievales europeas. Así de esta manera hay que hacer hincapié en la venida y estancia en España de numerosos trovadores y juglares desde el siglo XI, ya fuese en la participación de contiendas militares o en el transitar por el camino de Santiago quienes, al ponerse en contacto con el vecino arte popular musical árabe o andalusí, sin duda sufrirían una inevitable influencia la cual transmitirían luego en su país de origen. Tal hecho confirmaría la aparición en la Europa medieval del ars mensurabilis o música medida –cuyos modos rítmicos corresponden casi exactamente con los géneros rítmicos del arte oriental–, así como la introducción en la cultura europea del uso de los instrumentos árabes u orientales como el rabel, laúd, guitarra morisca y otros, y, por último, la existencia de formas fijas, que, como el rondó y la balada, tienen la misma estructura técnica que las canciones andaluzas de los siglos VIII al X.
En nuestros días hay una propensión decidida a empequeñecer el influjo de los árabes en la cultura cristiana, y hasta negar su directa influencia en la poesía de los pueblos neo-latinos. Ciertamente, el problema está lejos de ser resuelto. Para concluir este apartado señalaremos que incluso, aunque se demostrase que la poesía provenzal –en su formato–, no debe nada a los géneros poéticos mozárabes u andalusíes, y que su versificación deriva enteramente de la métrica neo-latina, quedarían todavía los parecidos constatados entre la erótica árabe y la erótica provenzal que no se pueden explicar sino por una influencia doctrinal de la primera sobre la segunda, como por ejemplo queda reflejado en temas tan comunes como las divisiones ternarias del amor, la teoría del corazón separable y el intercambio de corazones, la sobreestimación de la mujer, la sumisión absoluta del amante a su dama, la exaltación del largo deseo y la idea de muerte por amor.
Los provenzales se adhirieron a la idea de que el amor toma nacimiento en los corazones generosos y relegaron a un segundo plano el valor de la continencia, la cual, contrariamente para los árabes, correspondía sólo al amor digno de este nombre. Las dos eróticas presentan un notable paralelismo tanto en sus trazos maestros como en sus temas accesorios, aunque la occitana se desarrolló con un retraso de casi dos siglos sobre la primera, aunque la erótica occitana sigua al final el mismo devenir que la erótica árabe no debemos contemplarla como una copia pura y simple. La erótica provenzal resulta ser de un prolongado proceso o esfuerzo para poder encajar los primordiales conceptos engendrados en la España musulmana con la postrera renovación progresiva de la sensibilidad, ya que se pueden importar directamente modelos formales poéticos pero muy difícilmente los mismos sentimientos amorosos surgidos de ámbitos político-sociales distintos.
La erótica de los árabes tenía un carácter a la vez caballeresco y místico ya que en ella el heroísmo y el amor puro se encontraban mezclados. Por el contrario, la erótica occitana siempre manifestó dos tendencias divergentes que se mezclan a veces, pero que a menudo reactúan una sobre la otra: una primera tendencia caballeresca y una posterior tendencia cortés. Sin lugar a duda, comenzó por ser casi exclusivamente caballeresca a través del duque Guillermo IX de Aquitania, considerado como el primer trovador, transformándose poco a poco posteriormente a través de otros trovadores tan notables como Marcabrú, Cercamón, Bernat de Ventadorn, etc… para terminar siendo inexorablemente de carácter cortés con Montanhagol, por lo que dicha evolución habida entre ambos extremos motive el análisis necesario de las circunstancias que propiciaron dicho cambio.
Así, los caballeros meridionales occitanos tenían conciencia de la solidaridad política que les unía. Se consideraban a sí mismos como miembros exclusivos de una misma cofradía de Amor. Eso permitía a dichos nobles, en tanto que tales, jugar un papel importante en estos debates lírico-eróticos ya que creían que sólo ellos eran capaces de amar y por extensión sólo ellos tenían tal derecho que hacían extensible a sus respectivas nobles damas. Por contra, los amantes de signo cortés, es decir, los trovadores jamás llegaron a constituir, ya fuese realmente o idealmente, una cofradía parecida ya que por desgracia los separaba una distancia demasiado grande de sus estimadas damas, por el simple hecho de proceder de una extracción social inferior. Era evidente que no poseían ni la protección ni los medios prácticos –riqueza y poder– para ejercitar un rol social notorio. Su principal interés o inquietud se dirigía principalmente en conseguir que sus nobles amigas se dignasen por lo menos a considerarlos como sus iguales o semejantes en el terreno sentimental y a poder ser de manera secreta.
Antes hemos mencionado que el amor caballeresco se practicaba entre iguales. En realidad esta igualdad será a menudo ilusoria y bastante peligrosa para la virtud de la dama, según la teoría cortés. Las damas que tomaban por amantes a nobles de un rango social superior al suyo, eran consideradas por los trovadores como banales y carentes de honor. Pero el peligro de esta virtud solo existía en el terreno del amor y no en el terreno del honor aristocrático, ya que tanto las damas como los caballeros en el juego del amor se consideraban como iguales. De ninguna forma era así en el amor cortés, donde el trovador no era y no debía ser el igual de su señora. Así pues, el mismo espíritu del sistema cortés implicaba que la dama fuese siempre de alto rango, a fin de que su orgullo de clase constituyese un obstáculo para la realización del amor y lo mantuviese en los límites de la amistad.
Trovadores y caballeros coincidían en que debían llegar a ser dignos del amor a través del valor, aunque siguieran caminos diferentes: para los caballeros el amor debía merecerse por acciones guerreras, en cambio para los poetas lo sería por la calidad depurada de su sentimiento. Para los nobles el lazo establecido entre la valentía y la sexualidad, se confundía con la vieja ley natural que implica que los más bravos posean a las más bellas. Según esta erótica primitiva y de carácter marcadamente masculina, el caballero amante podía, en efecto, merecer el amor sin ser verdaderamente amoroso. Todo lo contrario sucedía en el sistema cortés ya que la prueba propia del amor era la pequeña ceremonia íntima de los “assays” o ensayos que permitían a la dama verificar en qué medida estando a su lado su amigo trovador, en una situación heroica y tan tentadora, era capaz de respetarla por amor. Esta continencia temporal masculina era una prueba del amor puro donde lo anímico predominaba sobre lo físico.
Así la dama alcanza a perfeccionar a su amigo, perfeccionándose también ella misma. Es por eso que la erótica cortés envuelve un principio espiritual superior al de la erótica caballeresca y, es quizás porque el amor cortés abría tales perspectivas morales que con el paso de los años terminó por suplantar definitivamente al amor caballeresco. No obstante, no debemos olvidar que la primera idealización del amor es la obra de aristócratas guerreros. De la erótica árabe que había asociado mitos heroicos a las exigencias del “amor puro”, los occitanos solo retendrán básicamente los caracteres caballerescos más externos, a partir de los cuales tendrán que reinventar por su propia cuenta, una erótica más refinada que con el paso del tiempo llegará a ser cortés.